13 mayo, 2025Fotografía analógicaUn retrato de Palermo, por Bàrbara BalcellsLa fotógrafa Bàrbara Balcells Matas comparte su mirada tras unos días en la capital siciliana. En el viaje la acompañaron su cámara analógica y varios carretes Fujifilm C200.

Lo que más nos impresionó de Palermo fue nuestra visita a las Catacumbas de los Capuchinos. No tengo ninguna fotografía del lugar, ya que no estaba permitido. Al entrar, te recibe un gran cartel con la frase memento mori -recuerda que morirás-. Tras él, un oscuro pasillo conduce a una sala subterránea donde centenares de cuerpos momificados reposan colgados de las paredes. Más allá del morbo de la visita, lo que me fascinó es el propósito original del lugar. Para los frailes capuchinos, exponer a los muertos era una forma de recordar la finitud de la vida terrenal, una especie de advertencia contra el olvido de lo esencial.

Me gustaba la idea de empezar este texto con las catacumbas, porque de alguna manera son también una metáfora de Palermo: una mandíbula desencajada sostenida por un clavo oxidado, envuelta en telarañas, y aun así portadora de un mensaje más profundo. Así es esta ciudad: sus edificios al borde de la ruina, sus fachadas desgastadas y sus calles llenas de contrastes. Y bajo esa apariencia hay algo intacto. Una belleza que no se encuentra en los monumentos ni en los museos, sino en sus esquinas, en la ropa tendida, en las poleas caseras que caen de los balcones y, sobre todo, en las personas que la habitan.

¿Cómo describirlas? Tal vez con una alegría que es todo lo contrario a contenida y que, sin embargo, conserva una elegancia que parece venir de otro tiempo. Como Carlo, un hombre de unos 80 años, impecable con su traje y boina, que cantaba una de Battisti la noche lluviosa del sábado en el karaoke de un pequeño bar escondido en una callejuela cerca de la via Vittorio Emanuele. Dentro, las paredes estaban cubiertas de botellas empolvadas y pósters viejos, sostenidos por chinchetas que apenas lograban sujetar sus bordes arrugados. Y en esa escena, tras los cristales del bar empapados por la lluvia, Palermo se dejaba ver tal como la vi yo: un poco vencida, pero viva. Y es que es difícil describir esta ciudad, que parece doblegarse al paso del tiempo, manteniendo intacta una suerte de belleza arruinada, tan elegante como secreta. Porque no se muestra, hay que descubrirla, perderse por sus calles y conocer a quienes la llenan de sentido.

Todas las fotografías han sido disparadas con carretes Fujifilm C200, un clásico que nunca falla por su versatilidad y la calidez de su color. Además, su sensibilidad ISO 200, es perfecta para capturar la luz cambiante de la ciudad, tanto en exteriores como en interiores.

Bàrbara Balcells